Huracanado

Hacía un viento algo huracanado, pero se dispuso, con paso titubeante. Tras un tiempo caminando, ya estaba entre aquellos cantos rodados que parecían susurrar el chapoteo que más a lo alto del curso del río vivieron. Acompañado de sí mismo, podía recordar las veces que la había imaginado allí, mucho antes. Sus pies resbalaban entre la viscosa capa de verdín que cubría los guijarros más superiores hasta sepultarse a cada paso. Por encima de los tobillos y hasta bien rebasadas las rodillas, discurría el agua, dulce y silenciosa acariciando suavemente sus zancas, ahora detenidas casi en el justo centro. La fuerza con la que bajaba a tropel toda ella pasaría desapercibida de tenerse en cuenta tan solo la profundidad, si se supusiese estancada. Pero ya sabemos que cualquier río a esta parte del valle no se dispone nunca del todo sedentario. Tenía agallas el verdín para aguantar el torrente, casi tantas como codicia aquel jinete algo desvalido de cordura para lanzarse a él sin pensarlo y fijarle un estanque imaginario. Cabalgar después río abajo, imprimiéndose magulladuras por todo el cuerpo que más tarde curaría remontando durante varios días.


Sabía que no está en el final la moraleja, sino en el camino. Quería encontrarla.

2 Disquisiciones :

Anónimo dijo...

Para encontrarla tendrás que buscarla...

¡Cuanto tiempo!
Te echaba de menos.

Besos huracanados.

Mar y Sol(a veces tenue y otras no) dijo...

Los huracanes son ideales para descubrir moralejas...
Saludos

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